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Laura

Caminas con cierto nerviosismo, la anticipación de una superficie de más de ochocientos metros cuadrados repletos de todo tipo de objetos, comidas y bebidas te predispone de esta manera. Por dentro, eres un perro que bate la cola desesperadamente ante la espera de su ración.   Pisos blancos e impolutos, cada cosa en su lugar, todo perfectamente ordenado, es el reino de lo opuesto al caos de la vida. Tal vez por ese motivo, te resulte tan atractivo entrar ahí, sobre todo cuando estás triste, allí hay estructura, hay una clasificación de las cosas, no vas a encontrar naranjas donde se encuentran las pastas. Las luces blancas y el automatismo de casi todas las personas que allí trabajan son tristes, entonces sientes que en este espacio te puedes mimetizar sin ningún inconveniente. La tristeza se puede recostar a sus anchas sin que nadie lo note.  Seguramente, si rompieras en llanto nadie lo notaría, todos parecen muy concentrados en su objetivo. El señor de campera marrón se para meditabu

¿Sabías que los árboles gritan?

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Que arda

  Que arda el abrazo clandestino. La mirada cómplice que va y viene desde una punta de la barra del boliche hasta la otra. Poner las manos por encima del fuego, al lado de una extraña que sonríe amable.  Encontrarse en el grito de todxs. Abrazarse bajo el abrigo de la lágrima compartida. Sabernos hermanxs y recordar que todo vuelve a florecer.

Pelos en la ducha

  Tu piel estaba tibia, la temperatura me resultaba tan agradable que sentía cómo se me llenaba la boca de unas babas dulcísimas como de miel fresca. Saliste de la cama y fuiste descalza hasta la cocina, yo me quedé remoloneando entre las sábanas mientras que la gata me miraba con sospecha. Me había agarrado el vicio de espaciar los momentos que compartía contigo, te evitaba todo el tiempo.  La gata lo supo antes que yo, supo que yo ya no te amaba. Pero desde afuera nada era tan evidente, quien nos viera jamás identificaría que ahora éramos la resaca de lo que algún día fuimos.  Sentí de repente el olor del agua salada del mar. El sol entraba en la esquina inferior de la cama, me dio pena no desear tu aliento, no querer lamer tu cuerpo, ni enroscarme en ti como una serpiente. El fuego que alguna vez hubo ahora se había convertido en esas plantas tristes que tenemos en el estudio.  El moho se extiende en el techo del cuarto, ahí, justito arriba de nuestra cama. Pareciera que nuestra vid

El bautismo

  Mi madre tiene los ojos chinos, la sonrisa amplia y la carcajada más contagiosa que conozco. Durante mis años de infancia y adolescencia manifestó cierta severidad, cuando me pedía un favor y yo le respondía “¿qué?”, replicaba: “Señora, querrás decir”.  Con su tono de voz marcaba la autoridad, habilidad indispensable para toda persona criando adolescentes.  También se desvivía en generosos mimos y dulces gestos. Recuerdo clarito que yo, como buena niña católica que era, quise bautizar una de mis muñecas. No recuerdo su nombre, sólo que era rubia. Calculo que fue a la que le vi más cara de pecadora, siempre fui muy empática, apuesto que con el bautizo quería protegerla de las llamas del infierno. Si eventualmente se iba a mandar alguna macana, más valía brindarle a la pobre muñeca algún tipo de seguro de vida para cuando se fuera al más allá. Fue así, como mi madre tuvo la idea de celebrar tan importante ocasión. Dada la significancia del evento, un maestro de ceremonia oficial fue co

Alumbramiento

  Ahí estaba ella, anunciando su presencia en mi espacio: en mi cama, en mis sábanas, en mi pijama y en mi ropa interior. Espesa y oscura, haciéndose cada vez más opaca al entrar en contacto con el aire y con los distintos materiales. Su anunciación no solo se manifestaba a través de las manchas en los tejidos, también se tornaba presente inundando el aire con su olor peculiar, ese tufo que no se parece a nada pero que está presente en todo.  En su estado más puro emite un aroma a hierro, pero cuando empieza a oxidarse y cuando entra en contacto con los materiales se torna cada vez más ácido, casi rozando con la fetidez.   Para nosotras, las hembras, el sangrado es una cuestión inherente a nuestra naturaleza, sin embargo, esas pretensiones humanistas que buscan separarnos de nuestra animalidad hacen que un hecho natural sea un artificio. Las publicidades nos muestran sangrando un líquido azul y liviano. Nada más distante a nuestra experiencia, tal vez es por este motivo es que nos vinc

La anciana

  La vio asomarse en la baranda del pequeño patio que constituía su reino. Era evidente que su piel rara vez visitaba el sol, pues no era blanca sino traslúcida. Desde la otra cuadra, la joven podía ver las finas venas que recorrían el cuerpo de la anciana. Pensó que su piel era tan pero tan fina que podría rasgarse como un papel ante el mínimo roce. Pero ahí estaba, bien erguida y vigilante, cuidando su pequeño reino verde.  Carmela no entendía cómo era posible que las plantas estuviesen tan verdes y sanas, era la primera vez en un año que veía a la anciana. La primera vez que veía a alguien regando y podando las plantas. Seguramente vivían en horarios inversos. Las persianas siempre estaban bajas, no había señal alguna de vida más que las plantas. Siempre pensó que se trataba de una propiedad más abandonada. Aunque el misterio de las plantas bien cuidadas siempre le rondaba en la mente. No era una anciana cualquiera, había una severidad particular en su mirada que le concedía un halo