Laura

Caminas con cierto nerviosismo, la anticipación de una superficie de más de ochocientos metros cuadrados repletos de todo tipo de objetos, comidas y bebidas te predispone de esta manera. Por dentro, eres un perro que bate la cola desesperadamente ante la espera de su ración.  


Pisos blancos e impolutos, cada cosa en su lugar, todo perfectamente ordenado, es el reino de lo opuesto al caos de la vida. Tal vez por ese motivo, te resulte tan atractivo entrar ahí, sobre todo cuando estás triste, allí hay estructura, hay una clasificación de las cosas, no vas a encontrar naranjas donde se encuentran las pastas. Las luces blancas y el automatismo de casi todas las personas que allí trabajan son tristes, entonces sientes que en este espacio te puedes mimetizar sin ningún inconveniente. La tristeza se puede recostar a sus anchas sin que nadie lo note. 


Seguramente, si rompieras en llanto nadie lo notaría, todos parecen muy concentrados en su objetivo. El señor de campera marrón se para meditabundo frente a los tornillos, cuerdas, alicates y distintas herramientas que aparecen en el pasillo número seis. La mujer que lleva a una nena chica en el carrito y a otro niño de unos seis años caminando al costado va muy decidida, ha aprendido cuál leche, pasta y manteca es la que quiere, no hay tiempo para la distracción; a cada paso los niños se van antojando de dulces y juguetes plásticos que la llevan al borde de la locura.


Tus lágrimas saladas y densas están a punto de salir a borbotones,  ya conoces la solución: ¡unos Doritos!  No sabes muy bien si es el ácido cítrico, el silicio dióxido o el colorante amarillo ocaso lo que acarician el vacío que a veces enfrenta tu alma.  Tal vez esa mezcla sintética de quesos sea la cura para tu herida, los agarras decidida. 


Recuerdas que entraste a buscar pasta al supermercado, no los Doritos y resulta que es lo único que tienes en la mano. Vas al pasillo de pastas, son demasiadas, te abruman. Lo peor es que sin haber probado todas las que hay ya sabes cuál es la marca que te gusta. Te sorprende cómo hasta un paquete de fideos puede ser un marcador de clase social, encuentras una nueva marca italiana que está más barata que aquella que llevas usualmente, te rehúsas aún a llevar la pasta más barata ¿qué tan distinto saben? No entiendes muy bien por qué, pero definitivamente lo barato sabe a barato. 


La angustia que te desborda y la ansiedad de perra en celo tienen un motivo, tienen un nombre y apellido que desconoces. Te aturde la blancura del supermercado y el olor a desinfectante, huyes de ahí luego de pagar la pasta para la cena que has de llevar a tu marido y a las niñas que te esperan. Devoras los Doritos sentada en la esquina y te dispones a escribir  una carta, una carta que jamás le entregarás, no puedes hacerlo, definitivamente no puedes hacerlo. Esta carta no es de amor, es una carta enfermiza y desesperada, que jamás mostrarás a nadie, una carta  que dice más o menos así: 


Muero por saber tu nombre. Muero por  pronunciar con lascivia cada vocal y cada consonante. Muero por saber cuántos años tienes, saber cómo y cuándo te parió tu madre. Muero por saber qué color tenían los ojos de tu padre, no sé porqué, pero imagino que él está muerto o que tú misma lo mataste. Muero por conocer tu ascendente y saber en dónde está tu luna, aunque no entienda nada de astrología. Aún así quiero saberlo todo. 


Muero por saber qué haces cuando no estás en el living...no sabes el dolor intenso que siento en la panza al saber que no puedo observar cada uno de tus movimientos desde mi ventana.


Me atormenta saber que no puedo mirarte mientras te duchas, no ver las gotas de agua tibia que se escurren entre tus piernas mientras te bañas en silencio, tan lenta, tan calma. Me gustaría estar al otro lado de la puerta mientras haces pis y hacerte un chiste tonto solo para escuchar tu risa, preguntarte si quieres pedir algo o si nos damos una vuelta. 


Contigo todos los días serían viernes, pero si quisieras que el lunes fuera domingo yo lo haría, yo lo haría todo por ti. Me arrastraría como una gusana triste a los pies de tu cama. 


Imagino tu cuerpo tembloroso saliendo del vapor de la ducha, tu piel que se va erizando al contacto con el aire frío. Me enloquece imaginar la curva de tu cintura conectándose con tus caderas. Muero por oler tus rulos rubios en la mañana, hundir mis manos en esa maraña que  acaricia tu rostro. Qué suaves han de ser tus labios, qué delicia saborear tus babas. 


Qué delicia clavar mis uñas en tu espalda y luego lamerla despacito, desde la base de tu cuello hasta los hoyuelos que marcan la parte baja, ahí donde comienza esa curva que imagino perfecta y plenamente cálida. 


Muero por saber si prefieres el café al té, si te gustan los huevos revueltos o fritos, por ti me haría vegana o carnívora, lo que tú prefieras, lo que tú decidas. Si tu quisieras, dejo de ver mis series favoritas, miraremos solo lo que a tí te guste, te acompaño hasta a misa aunque soy atea hasta el tuétano. Si quieres...abandono a mis hijas, dejo a mi marido, puedo irme de esta ciudad que de tan chiquita es un infierno. 


Mierda...carajo, no puede ser. Quién sabe hace cuánto que te fuiste de casa a comprar la pasta para la cena. Te horroriza el pensamiento que acabas de tener, dejar a tus hijas por una desconocida. Algo ha de estar muy mal, pero muy mal dentro de tí, definitivamente es hora de ir a terapia. La economía está apretada en casa, para Felipe sería un gasto ridículo que justo ahora quieras ir a la psicóloga. 


¿Cuándo sucedió todo esto? ¿En qué momento tuviste que conciliar cada una de tus decisiones? ¿Cuándo quedaste eternamente atada a esas dos criaturas hermosas que te miran con admiración? ¿Cuándo dolió tanto el amor? ¿Cuándo se puso todo tan complicado?


Te sientes mezquina por pensar así. En realidad,  eres una mujer afortunada, no tienes nada de qué quejarte. Tienes dos nenas, dos bichitas de luz que le han dado sentido a tu existencia. Además tienes un marido hermoso, un tipo bueno que acepta todas tus locuras, que te acompaña en todos tus viajes, que siempre te da para adelante. Un tipo guapo que hace chistes inteligentes, un hombre de buen gusto que banca con clase los comentarios impertinentes que a veces hace tu madre. 


Seguramente si le explicas que realmente necesitas ir a terapia, va a entenderlo, van a encontrarle la vuelta. Pero te sientes horrible, porque ya tienes claro que no quieres estar más con él, pero ¿y las niñas? ¿vas a poder cuidarlas sola? ¿Y qué va a pasar con los domingos en la mañana? Extrañarías ese momento en que están las tres metidas en la cama mientras que Felipe hace panqueques. 


Es un crá, mientras que las bañas él ya está preparando la cena, sin tener que decirle nada. Eso es casi un milagro, una lotería, hay pocos tipos funcionales en este mundo, pocos hombres como Felipe. Has escuchado con horror las historias de tus amigas, tienes pánico ¿qué pasa si al final no eres lesbiana? Esto es solo una extraña obsesión, cuando vas por las calles tus ojos siempre se van a los hombres, no hay nada que hacerle, a tí te gustan los tipos, entre más barbudos y altos, mejor. 


El problema no es la vecina, el problema no es Felipe. El problema eres tú, el problema es que ya pasaron tal vez dos horas desde que saliste de la casa a buscar una pasta. Ya estaba todo lo demás pronto, las niñas deben estar inquietas, deben estar muy molestas y el pobre Felipe preocupado mientras que tú le escribes una carta a una tipa con la que no cruzaste ni una sola palabra. Tu celular no para de vibrar, Felipe debe estar angustiado, pero no quieres mirar los mensajes. 


Qué horror, además de estar obsesionada con una extraña le tienes lástima a tu marido. Con razón...todo cierra, por eso, por más guapo que sea ya no te excita más. Todo cierra y nada cierra, nada tiene sentido, estás agotada del ovillo de lana enredada que es tu cabeza. Tienes que volver ya mismo a la casa, tirar a la mierda esa carta ridícula, ridícula y casi patológica, parece escrita por una asesina en potencia. Ni idea en dónde quedó tu amor propio, el amor por tus hijas, por Felipe. Ni idea dónde quedó tu cordura, ni idea, ni idea hace cuanto tiempo saliste de casa. 


Para rematar vas a llegar con un tufo espantoso a Doritos y esa cara de cabra loca, no sabes qué le vas a decir a las niñas ni a Felipe. Estás nerviosa y avergonzada, vas caminando rápido hacia el apartamento, algo se te va a ocurrir en el camino. De repente, tiras con determinación el celular en medio de la calle y caminas con el paso acelerado para entrar cuanto antes al edificio. 


-¿Qué pasó Laura? Llevamos rato esperándote, pasaron casi dos horas, nos tenías preocupadas.


Tus mejillas están rojas, tienes los pelos despeinados y se te desprenden unas gotas  saladas de sudor desde el nacimiento de la frente. Piensas “qué soreta yo y qué encanto de hombre”, ni siquiera está enojado, está preocupado y además generaliza en femenino, un bicho raro de tan deconstruido que es. Algo por lo que matarían tus amigas feministas, sobre todo las cuarentonas que están lidiando con solterones empedernidos o unos divorciados llenos de mañas y vicios, merqueros y borrachos en su mayoría. 


Una de las niñas salta de alegría al verte, pero está inquieta, la otra estalla en un ataque de enojo, entonces la otra se contagia y empieza el llanto. Después de la una siempre la sigue la otra, una sinfonía de gritos y mocos. Un caos hermoso y enloquecedor.


 -Shhh, shhh. Tranquilas, calmense, déjenme explicarles. Me pasó de todo, mamá tuvo una aventura. 


-No te creo en este barrio no pasa nada. Es todo mentira.- Expresó la más grande entre un lagrimeo sentido y un interés que empezaba a crecer. 


Siempre gozaste de un encanto natural que hacía que la gente fijara la mirada en tu rostro expresivo y atendiera el armonioso canto con el que articulas las palabras.  Haces caso omiso y vas hablando pausadamente para darle tiempo a tu cabeza de tejer la mentira, mientras que le inyectas misterio al asunto para entretener a las niñas. 


-Resulta que quería traerles esta pasta porque es la mejor de todas, fui al pasillo y no había. Las demás se pegotean, no saben a nada o son muy duras. Resulta que no había, así que tuve que pedirle al reponedor que por favor buscara la pasta favorita para mis conejas favoritas. 


-Yo ni quiero pasta, pensé que ibas a traer papas fritas, además hueles a Doritos ¿nos trajiste? -Replicó una. 


-¿Y eso? ¿qué? Eso no es ninguna aventura.-Dijo la otra. 


-Paciencia, paciencia. Déjenme terminar de contarles todo. El reponedor fue a buscar la pasta, se demoró milenios, mientras tanto me puse a conversar con una viejita. No saben lo tierna que era, me contó que tenía tres nietos, ella estaba buscando justito la misma pasta. Así que esperamos juntas, resulta que cuando llegó el muchacho vino con un solo paquete, me dio pena la viejita entonces se la dí a ella y tuve que ir a otro supermercado.

Cuando salí, me puse a mirar el celular y de repente un tipo en bici me lo arrancó de las manos, corrí detrás de él, grité como una loca. Lo perseguí durante cinco cuadras. 


-¡Qué susto! ¿Y qué pasó después? 


-Aunque corrí y le grité, nadie me ayudó, no tuve otra opción más que ir hasta la comisaría a denunciarlo. Y ahí me tuvieron tremendo rato, preguntándome de todo, que cómo era, qué cuál era el celular, que si reconocería al tipo. Así que bueno...acá estoy, pero estoy bien, las cosas se recuperan, solo fue un susto.


Las niñas te miraron decepcionadas, al final la aventura no era nada divertida...tan solo explicaba la demora. Entretanto, Felipe te mira con sospecha, era bueno pero no boludo, igualmente te ofrece un té y se dispone a preparar la cena, no tenía demasiadas ganas de averiguar qué te pasa realmente. 


Justo en ese momento suena el timbre, vas corriendo a abrir, huyendo con la ilusión de zafar de la situación en la que te has metido.  Mierda...carajo, es la vecina. La rubia de los rulos, estás bordó, muerta de la vergüenza. Felipe te mira desde la cocina, te conoce muy bien, son novios desde el liceo,sabe que te gusta, además ya te había visto, se había dado cuenta cómo te quedabas distraída mirando hacia la ventana, buscándola siempre. No quería decirte nada porque ¿para qué alterar esa falsa armonía que habían creado en la cotidianidad? 


-Perdona que te toque timbre así de la nada. Pero es que ví que tiraste el celular a la calle mientras salías del supermercado. No entendí porqué lo hiciste,osea sí...a mí a veces también me dan ganas de tirarlo a la mierda. Te grité pero saliste corriendo. 


-Disculpame, ni ahí te escuché. Había un ladrón y una vieja...además la pasta no estaba y tuve que esperar porque la tenía que traer.- Balbuceas avergonzada al ver cómo se caía la mentira frente a los ojos de tu familia.  


-No estoy entendiendo nada de lo que me estás diciendo. Me resultó muy raro...pero bueno acá está tu celular.  


-Gracias.-Respondes, fingiendo una sonrisa, mientras que Felipe mira el celular en tu mano. 






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